domingo, 23 de agosto de 2009

COLUMNAS IMPORTANTES - DANIEL SAMPER P.


El reino de los chaqueteros - Daniel Samper Pizano en El Tiempo


La siguiente frase de la revista Semana sintetiza el caos político que estamos viviendo: "Noemí Sanín todavía no ha anunciado a nombre de qué partido va a ser candidata, pero ya cuenta con importantes apoyos". En una democracia que merezca su nombre, la gallina es el partido y el huevo es el candidato. En esta Colombia arrevesada, en cambio, los huevos andan buscando gallina que los ponga y pico que los cacaree.


Hemos llegado al extremo risible de que Noemí Sanín oye propuestas a ver qué partido la lanza. Bueno, la verdad es que importa poco: da igual el Conservador que 'la U', el Liberal que Cambio Radical o cualquier otro remedo de colectividad de los que andan por ahí pelechando y vendiendo apoyos al mejor postor. Hasta el Polo cayó alguna vez en la tentación y, con la honrosa excepción de unos pocos de sus miembros, bendijo al nuevo Procurador para proteger sus cuotas burocráticas.
Cualquiera que lea algo de noticias internacionales, cualquier observador, cualquier escolar que estudie dos horas de educación cívica ("relaciones ético-políticas", se llama ahora), sabe que los partidos son las columnas fundamentales de la democracia. Los partidos fuertes garantizan contacto con el pueblo, representación legislativa, programas de gobierno, fiscalización y preparación de cuadros. Los partidos débiles son el muladar donde crecen la corrupción, la incapacidad, el nepotismo, el clientelismo y el chaqueteo o "cambio interesado, y a veces repetido, de ideas o partido" (Diccionario de la lengua española, de la Real Academia).
Álvaro Uribe ha contado durante casi ocho años con excepcional respaldo entre la ciudadanía. Habría podido emprender una reforma política de fondo que le diera al país partidos más limpios y sólidos. Lamentablemente, la democracia a su manera consiste en lo opuesto: pulverizar lo que quedaba de partidos, anular la fiscalización, fomentar el transfuguismo, imponer su voluntad y mirar con benevolencia la corrupción si es a favor ("Antes de ir a la cárcel, que voten la reelección"). No es una casualidad que su estado mayor esté compuesto por egregios chaqueteros como Rodrigo Rivera, Juan Manuel Santos, Noemí Sanín, Javier Cáceres, Roy Barreras, Nancy Patricia Gutiérrez y, últimamente, Juan Lozano. Entre todos suman docenas de traiciones y han volteado innumerables arepas ideológicas. Varios fueron aguerridos pero efímeros antiuribistas antes de hacerle la venia al caudillo.
A estas vergonzosas prácticas de aniquilamiento de las instituciones representativas y la decencia política se ha otorgado el rimbombante nombre de Estado de Opinión, y en su discurso del 20 de julio el Presidente lo llamó "fase superior del Estado de Derecho". Incluso se tomó la licencia de atribuirle antiguas raíces: "Es resultado del proceso histórico de cesión de derechos de la autocracia al pueblo que empezara (sic) hace un milenio en Inglaterra con la Carta Magna de Juan Sin Tierra". La historia verdadera es que la Carta Magna no se firmó hace mil años sino menos de 800 y no pretendía ceder derechos al pueblo tanto como imponer límites y reglas al soberano; es decir, exactamente lo contrario de lo que pretende Uribe con su tesis de que la opinión de la gente, medida por encuestas episódicas, prevalece sobre la Constitución y las leyes y vale más que las instituciones estables resultantes del acuerdo solemne de los ciudadanos.
Es una tesis acomodaticia, que cuenta con pintorescos pioneros en el imperio latino. ¿Qué mejor ejemplo del primitivo Estado de Opinión que la pregunta que lanzaba el emperador a los espectadores del circo romano acerca de si debía decretar la vida o la muerte de ciertos gladiadores? Un pulgar arriba o un pulgar abajo resumían el resultado de la encuesta. Como ahora pretenden hacerlo, apenas con un poco más de tecnología y sofisticación, los ideólogos de bolsillo del Gobierno.


Daniel Samper Pizano


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